domingo, 8 de febrero de 2009

24-EL SUFRIMIENTO DE LAS PALOMAS (1)


YO PALOMA

Me siento muy alagada de que me hayan pedido de que les cuente mi historia, aunque he de confesar que no tiene nada de extraordinario.
Nací en un vetusto palomar, junto al campanario de la iglesia de un pequeño pueblo… y fui muy feliz en mis primeros años.
El palomar estaba siempre abierto: podíamos entrar y salir de el a voluntad. En los meses cálidos echábamos a volar en grupo tan pronto amanecía y llegábamos hasta el riachuelo; o bien dábamos vueltas y vueltas en torno al campanario y luego nos posábamos junto a las campanas, disparando apenas el sacerdote las hacía sonar.
Sorpresivamente cierta mañana hayamos cerrada la salida de nuestro hogar. Al poco, penetraron en él el cura y el monaguillo, que, esta vez no nos trían alimento: su intención era atrapar algunas de nosotras.
No sé por qué tuve que ser yo… Suspendida por las alas me llevaron a una casa, como obsequio –según deduje después- para una niña que, con su familia, iba a trasladarse a la gran ciudad. Me metieron en un cesto en el que echaron algunos granos que no probé, asustada como estaba… y emprendimos el penoso viaje que aún recuerdo como una pesadilla: zarandeos, ruidos extraños, calor y sed…mucha sed.
Cuando, por fin, arribamos a la casa me soltaron en una exigua jaula… A fuerza de chocar con los alambres me convencí de que no había manera de escapar. No me quedó más remedio que acomodarme a la nueva situación.
Pero ¡que lugar tan diferente a aquél donde había nacido! Aquí no se veía otra cosa que un muro y, constantemente escuchaba ruidos molestos.
La niña venía a verme a menudo, me decía cosas que yo no entendía y, metiendo sus dedos entre los alambres, intentaba tocarme, lo que no lograba porque yo, asustada, me retiraba rápidamente al fondo de la jaula… Hasta que un día decidida abrió la pequeña puerta y alargó su brazo hacia mí. Todo ocurrió con gran rapidez. Todo ocurrió con gran rapidez. Instintivamente salté por encima de su hombro y, sin saber como, me encontré volando sin un destino fijo…
Al atardecer llegué a una plaza. Sus palomas me recibieron fríamente, dedicándome más de un picotazo; pero, como no tenía otra parte a donde ir, me quedé con ellas, logré integrarme y desde entonces compartimos las miserias. Porque, (y siento tener que romper el cliché optimista que muchos de nosotras) la mayoría de las palomas ciudadanas vivimos en condiciones pésimas, habitando en torres, campanarios, viejos edificios; pisando nuestro propio estiércol, infestadas de parásitos. Muchas carentes de fuerzas, para buscar su alimento cotidiano, morimos por inanición.
Y no son solamente los perros y los gatos quienes, a veces, nos persiguen. Hay personas que lo hacen arteramente, por necesidad, para vendernos o, simplemente por maldad.
Yo, misma, una vez, caí presa en una red, de la que con grandes esfuerzos logré evadirme… pero quedaron enrollados unos hilos en mi pata que, luego se engangrenó. Ahora soy coja, aunque todavía puedo volar. Y no me quejo de mi suerte porque hay compañeras mías que han sufrido aún más. Yo he visto morir a algunas de ellas tras inenarrable agonía por haber ingerido alimento impregnado con veneno; a otras las atraparon y las vendieron a proveedores de palomas para las sociedades de tiro al pichón...
Mi edad ya va siendo muy avanzada para una paloma. Cualquier día-coja y fallándome los reflejos-seré, quizás, como tantas, atropellada por algún vehículo. Pero tengo, al menos, la esperanza de que, al abandonar este mísero cuerpo, mi verdadero yo alzará el vuelo por los espacios infinitos.

proanimales@une.net.co

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